A propósito de las medidas anunciadas por el Estado dominicano sobre las deportaciones masivas de ilegales haitianos, como pastores del pueblo de Dios, quisiéramos compartir algunas consideraciones. Sentimos la urgencia de reflexionar, a la luz de las Escrituras y de la doctrina social de la Iglesia, sobre este delicado tema que interpela nuestras conciencias y nuestra fe.
1.Reconociendo el derecho que le asiste a cada nación de aplicar sus leyes y políticas migratorias, exhortamos a nuestras autoridades que, en la ejecución de estas, se aseguren de realizarlas desde la justicia y el respeto a la dignidad humana.
2. Nuestra frontera no debe ser un escenario de corrupción, donde los llamados a custodiarla se conviertan en mercenarios. Nos preguntamos ¿por dónde entran los ilegales haitianos? ¿quiénes les permiten entrar sin la debida documentación? ¿qué pasa durante el proceso de detención de los indocumentados?
3. La República Dominicana, como nación cristiana, debe evitar que se presenten situaciones dolorosas que afecten a los migrantes, como el trato injusto, las deportaciones arbitrarias y las separaciones familiares. Recordemos que hemos extendido nuestra mano solidaria al pueblo haitiano ante cualquier catástrofe, por lo tanto, debemos mantener esa actitud caritativa.
4. A la comunidad internacional, reiteramos que no se olvide de Haití, cumpliendo con los acuerdos concertados en diferentes foros y que tienen como objetivo superar la crisis humanitaria, social, económica e institucional que el país hermano y vecino está enfrentando.
Pedimos al Señor que nos conceda a todos, la sabiduría para discernir su presencia en los migrantes, y la valentía para actuar conforme a su voluntad, construyendo puentes de esperanza y fraternidad.