Homilía de la misa de apertura de la 56°Asamblea Plenaria

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julio 2, 2018

Catedral Santa María del la Encarnación, Primada de América

1° de julio del 2018

obispos dominicanos en la 56 asamblea plenaria

Mons. Diomedes Espinal De León, Mons. Francisco Ozoria Acosta, Mons. Freddy de Jesús Bretón Martínez, y demás hermanos obispos miembros de la Conferencia del Episcopado Dominicano. Rvdo. P. Álvaro Izurieta, Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica en la República Dominicana. Queridos Sacerdotes, Diáconos, invitados especiales, Movimientos Apostólicos, representantes de Comunidades Parroquiales, Comunicadores y Medios de Comunicación. Queridos hermanos presentes, televidentes y cibernautas que nos están siguiendo a través de los medios.

Nos une y nos reúne en este día de hoy Jesucristo al celebrar la misa votiva por la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, donde para nosotros convergen el ofrecer nuestra oración por el Santo Padre, el Papa Francisco, y por el inicio de la LVI (quincuagésima sexta) Asamblea Plenaria de nuestra Conferencia del Episcopado Dominicano.

La Palabra de Dios que hemos escuchado es un manantial de nuestra rica tradición apostólica. Como nos dijera Benedicto XVI: tradición que “no es una transmisión de cosas o  de palabras, sino el río vivo que se remonta a los orígenes, el río en el que los orígenes están siempre presentes” (Benedicto XVI, Catequesis de la Audiencia General del miércoles 26 de Abril del 2006). Y el Papa Francisco nos lo confirma como “tradición perenne y siempre nueva que reaviva y refresca la Alegría del Evangelio, y nos permite así poder confesar con nuestros labios y con nuestro corazón: “Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 11)” (Papa Francisco, Homilía en la festividad de los Santos Pedro y Pablo, 29 de Junio, 2018).

Pedro recapacitó y dijo: “Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.” (Hch 12,11).

Contémplenlo, y quedarán radiantes, su rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. (Sal 33).

El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. (2Tm 4,17).

Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.” (Mt 16,18-19)

Dedicamos nuestra Oración personal, comunitaria y eclesial por el Santo Padre, Papa Francisco, nuestro Vicario Universal, Padre y Pastor con esta celebración de San Pedro y San Pablo.

Con amor y fervor le dedicamos este día al Papa Francisco, que nos refresca cada día la fe y nuestro compromiso cristiano con su vida, sus palabras, su testimonio, su alegría, sus actitudes tan tiernas de padre, hermano y amigo de todos. Nos edifica y nos ilumina con la “eterna novedad del Evangelio” y abriendo puertas a la esperanza y proponiendo nuevos horizontes a una nueva evangelización.

El Papa nos anima y nos impulsa a renovar el vigor de “una nueva alegría en la fe y la fecundidad evangelizadora”, teniendo a Cristo como “nuestro Evangelio Eterno” (Ap 4, 6).

“Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra Comunidad y aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos carismas, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre “nueva”” (EG 11).

Nos unimos de corazón al Papa Francisco y desde aquí le profesamos nuestro amor filial y le aseguramos lo que constantemente nos pide: Oración por él y su misión en la Iglesia Universal.

Queremos como pastores, junto al Santo Padre, Papa Francisco, guardar fidelidad a la Iglesia, comenzando por nuestra propia trasformación y conversión para ser pastores de una “Iglesia en Salida”, de “discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” (EG, 24).

Queremos y nos proponemos ser misioneros de las periferias que necesitan y esperan de nosotros la luz del Evangelio “especialmente las poblaciones urbanas y las zonas rurales –sin tierra, sin techo, sin pan, sin salud– lesionadas en sus derechos. Viendo sus miserias, escuchando sus clamores y conociendo su sufrimiento…” (EG 191).

Nos identificamos con sus propias palabras que nos retan a vivir con plenitud la alegría de Evangelizar, ya que “no son pocas las veces que sentimos tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente de los demás. Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige –como lo exigió a Pedro– identificar los “Secreteos” del maligno” (Papa Francisco, Homilía 29 de Junio 2018).

Desafíos de nuestras Realidades Humanas en nuestra vida Pastoral.

Los Desafíos de nuestras Realidades Humanas, necesitan ser iluminados por el Evangelio de Jesucristo y convertirlos en misión que involucren todo nuestro quehacer pastoral y a la vez se conviertan en opciones fundamentales que muestren la caridad con solidaridad y la solidaridad con justicia.

Pareciera que nos amenazan constantemente la presencia del mal que descentraliza la armonía y la paz que queremos, buscamos y necesitamos.

Frente a los escenarios de violencia, corrupción, drogadicción, asesinatos, feminicidios, extrema pobreza, desempleo, desorden moral y sexual, inequidad social, cultural y educativa; políticas estatales que amenazan el matrimonio y la vida familiar; migrantes, excluidos, niñez desprotegida, enfermos y ancianos abandonados, escenarios en que la dignidad humana es pisoteada, donde existe la irresponsabilidad en el cuidado y respeto a nuestro medio ambiente… y qué decir de la temible y terrible amenaza contra la vida humana una vez concebida en el vientre de la madre. Nosotros confiamos en que nuestros legisladores y nuestro Estado Dominicano, nunca jamás llegue a legalizar la muerte en nuestra Nación Dominicana, ni por el aborto ni por la eutanasia.

Ante todo esto y mucho más, tenemos que levantar el grito de una nueva esperanza, que nos trasforme, nos convierta desde lo más profundo de nuestros corazones y nos haga hombres y mujeres comprometidos con nuestra sociedad y humanidad, y sobre todo con los más vulnerables y necesitados de nuestra acción liberadora del mal y plenamente identificados con los valores del Evangelio, que en Jesucristo nos coloca frente a opciones en función del bien, la dignidad humana, la justicia y la paz.

A nosotros se nos ha confiado la misión, de evangelizar con nuestras vidas los ambientes donde nos movemos, ser portadores de buena noticia, brindar alegría, paz y esperanza a una sociedad cada vez más atribulada. Al igual que expresaba Pablo a Timoteo, el Señor nos dará las fuerzas necesarias para anunciar el mensaje de liberación, justicia y amor.

Nuestra Conferencia del Episcopado Dominicano comienza hoy con esta Celebración su LVI Asamblea Plenaria, que cada año se desarrolla durante toda una semana. Es una maravillosa oportunidad para compartir, intercambiar experiencias pastorales, reflexionar como Colegio Episcopal sobre todas las realidades que forman parte de nuestro entorno eclesial, social y comunitario. Es un tiempo oportuno para orar junto a nuestro Vicario de Cristo, el Papa Francisco, por nosotros, nuestro Clero, nuestros religiosos y religiosas, nuestros laicos y todo el pueblo al que le servimos y con el que compartimos nuestro ministerio.

Les pedimos orar por nosotros.

Encomendémonos mutuamente  al corazón tierno y maternal de la Santísima Virgen María, bajo la advocación de nuestra Señora de la Altagracia, para que podamos hacer un buen discernimiento a fin de ofrecerle plenamente a nuestro pueblo, el Pan que da la vida eterna.

Que el testimonio de Pedro y Pablo sean siempre un camino abierto para nuestra fecundidad apostólica.

Amén.

†Mons. Dr. Ramón Benito Ángeles Fernández

Obispo Auxiliar Arquidiócesis de Santo Domingo

Vicario Episcopal Territorial Santo Domingo Este

Secretario General de la CED